Bisturí ®© La
herencia de Evo
Franklin E. Alcaraz Del C.[i]
(Cualquier semejanza con la vida real, es pura coincidencia)
Cuando Evo se vaya, porque un día se irá, dejará
un país que ha probado prácticamente de todo. Dejará, muy a pesar suyo
seguramente, un país dividido como nunca. Dividido racialmente, políticamente
y, lo que es peor, consciencialmente. Si ahora su movimiento pretende convencer
ser autonomista sin serlo, está gestando, de rebote, una nueva fuerza, todavía
a ser capitalizada por alguien inteligente, de federalismo para Bolivia.
Al crear su wiphala, le está dando mucho impulso
a la rojo, amarillo y verde, que es un símbolo de unidad. En la próxima nueva
Constitución, probablemente la wiphala se quede como símbolo de los pueblos
indígenas que quieran adoptarla. Lo que tiene su nombre, calles, canchas de
fútbol, fulbito, etc., cambiará de denominación. Al haber dispuesto como
obligatorios los idiomas nativos, le dio vigencia al idioma castellano que por
inercia y sin disposición legal alguna, es el idioma que nos une. Mal que le
pese, tarde o temprano, todos los bolivianos hablarán primero castellano que
cualquier otra lengua. Y el próximo gobierno, si es inteligente, dejará las
lenguas originarias en el lugar donde se hablen, sin obligar a nadie
aprenderlas. Tal vez con estímulos culturales, o de otra índole, para evitar su desaparición. Una decisión
inteligente sería establecer el inglés como segunda lengua.
Con una disposición política, quiere mostrar al
país multipluri, como un país fundamentalemente indígena, indoamericano
(“entonces no somos multipuris, dice mi compadre Choque). El futuro nos
mostrará como somos: un país fundamentalmente mestizo, latinoamericano.
En este régimen, de alguna manera se han
exacerbado los regionalismos; y a los recalcitrantes, les vino al pelo lo
ocurrido, de manera que aprovechan para aumentarle leña al fuego. Sin embargo
no faltan los buenos e inteligentes buenos bolivianos que antepondrán la patria
a la región. El futuro gobierno nacerá de la contrapropuesta al actual, porque
se advierte cansancio de tanto enfrentamiento, regionalismo y división. La
nueva fuerza política tendrá como visión la unidad. Será un poco más difícil
imbuir orgullo al nuevo boliviano del siglo XXI. Empezar por estar orgulloso de
sus gobernantes, del país entero; los orientales orgullosos de los
occidentales, los del sur de los del norte
y viceversa. ¿Por qué un cruceño no puede estar orgulloso del salar de
Uyuni, por ejemplo? ¿Por qué un Orureño no puede estar orgulloso del aceite
cruceño o de la amazonia beniana? Por qué un pandino no puede estar orgulloso
del vino tarijeño?
El nuevo político exitoso, recogiendo las
semillas dejadas inconscientemente por el actual, sentará las bases del nuevo sistema que todos esperamos. El
verdadero cambio. El cambio hacia el progreso, con verdadera libertad de prensa
y expresión. Hay que dejar opinar, inclusive a los resabios del masismo que
quede. Habrá una empresa privada fuerte, generadora de empleos y tecnología,
rumbo al adelanto industrial.
El nuevo gobierno tendrá que dejar de mentir
sobre aquello de “coca no es cocaína” y tendrá que combatir el narcotráfico de
manera resuelta y firme. Le costará también diseñar, elaborar y ejecutar una
política de seguridad ciudadana dados los actuales indicadores y tendencias de
delincuencia.
El nuevo gobierno tiene que ser inteligente, culto,
pero sobre todo justo. Le costará hacer que los poderes del estado sean
realmente independientes. Le costará también volver a la meritocracia en lugar
de la actual “sindicatocracia” (si tal palabra existe). Le costará privilegiar
el conocimiento sobre la ignorancia y la capacidad sobre los “méritos”
políticos, pero esos serán los pasos necesarios para hacer de Bolivia un país
de verdad.
En otras palabras, honestidad, una bandera, un
himno, un territorio, un idioma…un boliviano. El futuro se pinta alagüeño.
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