lunes, 23 de septiembre de 2013

La Muela del Diablo

La Muela del diablo
                                                                                Franklin E. Alcaraz Del C.

Era muy chico cuando una límpida tarde en La Paz, mi padre me mostró la Muela del Diablo. Me dijo que ese cerro, que se encuentra hacia el sur de la ciudad, más que montaña, tenía ese nombre por el perfil que de lejos se aprecia, ni siquiera como una muela de verdad, sino como un contorno afilado cuya punta señala al cielo. Su nombre, sin embargo, a mis entonces escasos años, evocaba la morada del mismísimo luzbel. Algunas noches de luna solía mirar la silueta del cerro y medio sobrecogido de miedo, me tapaba la cara para que el diablo no se diera cuenta que lo observaba. Pero era inútil. Cuando eso pasaba, generalmente no podía dormir. O si lo hacía, despertaba gritando y llorando. Obviamente, quien se acercaba a mi cama era mi madre que se quedaba conmigo hasta que dormía nuevamente. Nunca le mencioné la causa de mis pesadillas.

No me acuerdo cuándo fue que le perdí el miedo (y el respeto) a la Muela del Diablo. Pero en mis años de universidad, una vez se le ocurrió a alguien hacer una caminata por ese sector. Era parte de un grupo de amigos que nos juntábamos para todo. Ninguno había estado allí. Preparamos nuestro respectivo tapeque[1], refrescos y algunos instrumentos como picos pequeños y cuerdas, por si los necesitábamos. Emprendimos la travesía pensando llegar a la base del cerro en unas tres horas, partiendo desde la zona de Cota Cota. Mal cálculo. Nos llevó como el doble. Menos mal que salimos temprano. Una vez allí, cansados y sedientos, Mi amigo Cleto Catari, que hoy es un respetado arquitecto en Chile, hecho el Francisco Pizarro trazó una línea en el suelo diciendo: “por aquí se va a la Muela a encontrarnos con Satán y por aquí a La Paz a mariconearse[2]”. Éramos cinco. Los cinco queríamos ver a Satán de cerca.

Tomada la decisión, emprendimos el ascenso. Allí nos dimos cuenta que el cerro, de cerca, no es como se ve de lejos. Seguimos una senda que a ratos se hacía plana y otras empinada. Muy pedregosa. Peligrosa, porque había sectores donde uno podía resbalar y… chau picho[3]. En nuestro caminar, requetecansados, ya nadie hablaba. Solo se escuchaba el roj, roj, de nuestros zapatos al rozar con las piedras del camino. Súbitamente oímos una voz que gritaba “auxilioooooo, auxilioooo”. Nos detuvimos para vernos entre nosotros primero. “¡Qué pasa¡” dijo mi amigo Roberto “¿oyen?” Y nuevamente “auxilioooo, auxiliooooo”. La voz provenía de debajo de la senda que seguíamos y no veíamos a nadie. “Es más arriba”, dijo Carlos. Corrimos y nos echamos en el camino para que nuestras cabezas casi cuelguen al borde de la senda para ver hacia abajo en una especie de precipicio muy, pero muy empinado. Otra vez “auxilioooo, que alguien me ayudeeeeee”. Esta vez si nos pareció una voz femenina y pudimos ver una mano que parecía salir de la pared del cerro. José, que era el makote[4] del grupo (debió medir por lo menos 1,80), gritó: “Tranquila, le pasaremos una cuerda que usted tendrá que tratar de agarrar y se la amarra a la cintura bien, pero bien fuerte.” Era más fácil decir que hacer. Nos tomó como media hora hacer que la mano agarre la cuerda y desparezca en la hendidura del cerro.

La mujer era más bien rellenita. Simpática, pero inútil, torpe y no parecía razonar muy bien (o eso pensamos nosotros – zoncita es, decía yo). A pesar de no estar muy debajo de nosotros, nos tomó otra media hora izarla hasta la senda donde nos encontrábamos. No pudimos evitar (ni ella tampoco) algunos golpes contra la roca que le ocasionaron moretones y rasmilladuras durante el proceso.

Nos contó que era una monja y había venido a la Muela del Diablo de excursión con algunas novicias que no supieron qué hacer cuando ella tropezó y rodó hasta el lugar donde la encontramos (era torpe, lo dije). Las chicas, después de estar como hora y media sin saber qué hacer, salieron todas corriendo “a buscar ayuda” dejándola sola hasta que llegamos nosotros. Le recomendamos esperar en el mismo lugar hasta que llegara su “ayuda”. Nosotros, emprendimos el regreso, sin haber conocido al diablo.




[1] Tapeque = Merienda
[2] Mariconearse = Acobardarse  
[3] Chau picho = Adiós mundo cruel
[4] Makote = Grandote